El trastorno de síntomas somáticos es una condición mental definida por la Asociación Psiquiátrica Americana (EEUU) como uno o varios síntomas físicos (dolor, fatiga, mareos…) que originan una preocupación y angustia desproporcionadas para la intensidad de ese síntoma. Para poder diagnosticar este trastorno, es necesario que estos síntomas y la angustia que generan, sean persistentes (al menos seis meses de duración), aunque no siempre van a estar presentes con la misma intensidad. Aunque varios son los síntomas físicos que pueden desencadenar este trastorno, el dolor es el principal, y de hecho hasta hace poco tenía su propio nombre: trastorno por dolor.

¿Qué tipos de dolor pueden ocurrir?
Cualquier dolor puede generar este trastorno, pero los más frecuentes son los dolores de espalda, los dolores en las articulaciones, y las cefaleas. El dolor se inicia como consecuencia de cualquier enfermedad, o accidente o traumatismo, y luego se hace crónico. Entonces la persona afectada empieza a angustiarse y a pensar que si ese dolor no ha desaparecido, es que debe estar ocultando alguna otra enfermedad. Esto le lleva a demandar pruebas médicas, que aunque no muestren ninguna enfermedad como tal, no consiguen convencer al paciente.
¿Quién está en riesgo de padecerlo?
Nos puede ocurrir a cualquiera, pero algunos factores nos hacen más vulnerables: La edad; el género: las niñas y las mujeres lo padecen en mayor proporción que los varones; el menor nivel educativo y económico, así como las situaciones de desempleo; el consumo de alcohol y de tabaco; la falta de actividad física; la falta de luz solar y el déficit de vitamina D; la deprivación de sueño y los antecedentes de trauma, violencia o abuso (físico o psicológico).
Cualquier dolor puede generar este trastorno, pero los más frecuentes son los dolores de espalda, los dolores en las articulaciones, y las cefaleas
¿Es un dolor psicológico?
No, es un dolor físico y real. La persona afectada no se está inventando nada ni es una proyección de su mente. Es un dolor que se origina en el cuerpo. Pero, como es lógico, la preocupación y la ansiedad que se producen sí que pueden contribuir a intensificar la sensación dolorosa. Esto nos ocurre a todos, con o sin trastorno de síntomas somáticos: cuando tenemos cualquier dolor y estamos tensos la propia tensión agrava el dolor, mientras que si conseguimos relajarnos, parte del dolor cede.
¿Cuál es entonces la enfermedad que causa este dolor?
Cualquier enfermedad que cause dolor puede dar lugar a este trastorno. Lo importante no es la enfermedad inicial en sí. Cuando el trastorno aparece la enfermedad inicial puede ya haber desaparecido o permanecer, pero hay siempre una discrepancia entre la enfermedad y su dolor original y la ansiedad y preocupación que generan. El dolor y la ansiedad consecuente se hacen crónicos y ambos se retroalimentan.
Cualquier enfermedad que cause dolor puede dar lugar a este trastorno
¿Cómo se trata este trastorno?
El dolor agudo debe tratarse con analgésicos y otras medidas, para evitar el sufrimiento inicial y también para prevenir que se haga crónico. El dolor crónico es más difícil de tratar, por muchas razones. El mejor tratamiento es el abordaje psicológico, mediante terapia congnitivo-conductual, terapia basada en atención plena, (o mindfulness), o ambas. Aunque hemos dicho que el dolor no se origina en la mente, sí que es cierto que los pensamientos negativos y constantes acerca del dolor ayudan a perpetuarlo, por eso una de las formas más efectivas para cortar este ciclo es abordar los procesos mentales y emocionales que está experimentando el paciente.
Además, muchas personas que padecen este trastorno, como se ha mencionado antes, han tenido en su pasado lejano o reciente una o varias experiencias traumáticas que han dejado una huella emocional que puede estar jugando también un papel.
Junto con el abordaje psicológico, optimizar el estilo de vida va a mejorar sin duda el dolor. El yoga, el tai-chi y la gimnasia acuática han mostrado eficacia analgésica. Dejar el alcohol y el tabaco, conseguir un mínimo de horas de sueño regular y pasear al aire libre pueden contribuir significativamente a acabar con este trastorno.
Autora: Miriam Martínez Biarge, Médico Pediatra, www.creciendoenverde.com
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