En el último año la situación generada por el coronavirus SARSCov-2 ha cambiado dramáticamente. La pandemia de los años 2020-2022 ha ido transformándose en una situación endémica. Esto significa que el virus está permanentemente entre nosotros, es más fácilmente controlable e infecta a un menor porcentaje de personas. A esto han contribuido dos factores fundamentales: la transformación del virus en variantes menos dañinas (aunque más contagiosas) y la inmunidad general generada por la población. Prácticamente todo el mundo se ha expuesto a este virus y son pocas las personas que aún no se han contagiado.

Vacuna covid-19 infancia
123rf Limited©bilanol

Covid-19 en la infancia

Esta enfermedad nunca fue una amenaza real para los niños y adolescentes, aunque en las primeras fases de la pandemia aún no lo sabíamos con seguridad. Pero los datos generados en estos tres años nos permiten afirmar con confianza que las muertes por covid en menores de 20 años, al menos en Europa, son extremadamente raras y según datos oficiales del Reino Unido, la mayoría de ellas ocurren en niños y niñas con discapacidades o inmunodeprimidos, no en niños sanos. Los datos británicos muestran que entre marzo de 2020 y diciembre de 2021, cuando la pandemia estaba en pleno apogeo y el virus era más letal, solo el 1,2% de los niños y adolescentes que murieron lo hicieron por covid-19. La tasa de mortalidad en menores de 20 años fue menor de 1 por cada 100.000 (cien mil) infectados. Con la llegada de las variantes Omicron, es esperable que esta situación sea todavía más favorable.

¿Necesitan los niños sanos ser vacunados?

En diciembre de 2021 España aprobó las vacunas frente a la covid-19 para los niños y las niñas de 5-11 años. Poco antes se habían aprobado y se estaban vacunando ya a los adolescentes de 12 años y más. Para el año 2023, la Comisión de Salud Pública española, con el apoyo de la Asociación Española de Pediatría, recomienda seguir vacunando a todos los mayores de 5 años sanos, con dos dosis de vacuna separadas por un intervalo de 8 semanas, hayan tenido la infección o no. Esto contrasta con la situación de muchos países de nuestro entorno. El Reino Unido y Dinamarca han dejado de vacunar a la población sana menor de 50 años, mientras que Suecia, Holanda, Noruega y Finlandia llevan meses sin vacunar a su infancia. Francia se ha unido recientemente a esta decisión. Varias razones están llevando a muchos países europeos a no continuar vacunando a la infancia frente a la covid-19:

  • La enfermedad en los niños y niñas sanos es en la inmensa mayoría de los casos muy leve. Esto hace que la balanza beneficio/riesgo de las vacunas a esta edad ya no esté tan clara, especialmente en la era de la variante Omicron.
  • En el caso concreto de la miocarditis tras la vacuna frente a covid-19, aunque se dice que el riesgo de sufrir esta complicación es mayor con la enfermedad natural, esto es así solo cuando se considera a la población en su conjunto. En los varones menores de 40 años, el riesgo de miocarditis es mayor con la vacuna que con la enfermedad natural, y en las mujeres menores de 40 años, el riesgo es el mismo.

Esta enfermedad nunca fue una amenaza real para los niños y adolescentes, aunque en las primeras fases de la pandemia aún no lo sabíamos con seguridad

  • La protección ofrecida por la vacuna no dura mucho tiempo. La inmunidad natural sin embargo, juega un papel importante y merece ser tenida en cuenta. Recientemente, una revisión de todos los estudios realizados hasta la fecha y publicada en la prestigiosa revista The Lancet concluye que la protección frente a la enfermedad grave que ocurre tras pasar la enfermedad «es tan buena, si no superior» a la ofrecida por las vacunas de RNA mensajero y se mantiene alta 40 semanas después. Resulta incomprensible, con estos datos, que en España se insista en vacunar a personas jóvenes sanas solo 8 semanas después de haber padecido la enfermedad.
  • Es más que cuestionable que la vacuna reduzca de forma sustancial la transmisión de la enfermedad a otras personas, y que por tanto tenga algún valor vacunar a la infancia para proteger a las personas mayores o de riesgo. De hecho, estas vacunas se diseñaron no para evitar la infección ni la transmisión, sino para disminuir el riesgo de enfermedad grave y de muerte. Esto es lógico, pues este tipo de vacunas se inyectan en el músculo y producen anticuerpos en la sangre, no en la nariz o la garganta. Por eso no pueden impedir que entremos en contacto con el virus ni que el virus se multiplique en las vías respiratorias.
  • Un argumento que se escucha repetidamente para justificar la conveniencia de vacunar a niños y adolescentes es disminuir el riesgo de que desarrollen covid persistente. Desafortunadamente no disponemos de datos fiables sobre el verdadero alcance de este problema. La mayoría de los estudios que han examinado esta secuela en la infancia no tenían grupo control. Es decir, no nos pueden contar qué porcentaje de niños y adolescentes sin covid tienen complicaciones parecidas. Esto es relevante porque la pandemia en sí misma ha supuesto un enorme daño para la salud física y emocional de la infancia y la adolescencia. Un estudio reciente realizado en más de 5.000 jóvenes de 11-17 años en el Reino Unido encuentra que a los 6 y a los 12 meses, tanto los adolescentes que habían padecido covid como los que no, mostraban un patrón similar de trastornos físicos y emocionales, en concreto cansancio, problemas respiratorios, trastornos emocionales, malestar, fatiga y mala calidad de vida. Es decir, que es muy posible que muchas de las secuelas que se están atribuyendo al virus tengan otras causas, al menos a estas edades.
Vacuna covid-19 infancia
123rf Limited©tomsickova

Las necesidades reales de la infancia

Los niños y niñas españoles, y los de prácticamente todo el mundo, han sido desproporcionadamente dañados en esta pandemia. Pero no precisamente por el virus, sino por la gestión más que cuestionable que hemos hecho los adultos de esta crisis sanitaria. Las necesidades de las niñas, niños y adolescentes no se han tenido en cuenta. En España en concreto se los ha aislado e impedido salir a la calle durante semanas, señalándolos, sin ninguna prueba científica, de «super-contagiadores».

Tras el fin de los confinamientos, aún permanecieron cerrados parques infantiles, jardines y otros espacios abiertos donde los niños podían juntarse y jugar, cuando ya se sabía que al aire libre el riesgo de transmisión era muy bajo. Se ha obligado a niños y adolescentes a permanecer horas encerrados en aulas con mascarilla, mientras en otros países se sacaban las clases al exterior (no parece que en España no se dieran las condiciones climáticas para tener una escuela al aire libre). Los confinamientos prolongados, la falta del contacto social y el abuso de las mascarillas ha modificado la presentación natural de otras enfermedades infecciosas típicas de la infancia y las ha vuelto más virulentas.

El Reino Unido y Dinamarca han dejado de vacunar a la población sana menor de 50 años

Como consecuencia de todo esto, la salud mental de la infancia y la adolescencia atraviesa uno de sus momentos más bajos. La tasa de trastornos de la conducta alimentaria, depresión, ansiedad y suicidios en los menores de 20 años ha alcanzado picos desconocidos hasta ahora y muy preocupantes. Pocas cosas se están haciendo por remediar esta situación.

Los niños y niñas españoles no necesitan más vacunas frente al coronavirus. Las vacunas no son gratuitas y ofrecen muy poco beneficio en el momento actual. Usemos los recursos disponibles para mejorar de verdad la salud de nuestra infancia.

Autora: Miriam Martínez Biarge, Médico Pediatra, www.creciendoenverde.com

Suscríbete a la Newsletter y recibe El Botiquín Natural gratis cada mes en tu correo

El Botiquín Natural, Prensa Independiente y Gratuita
Leer
El Botiquín Natural Abril 2023